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Recientemente mi suegra decidió hacer una reforma en su casa. El proyecto no era especialmente complejo: remozar cocina y baños, pintar, nuevo sistema eléctrico y nuevas puertas y ventanas. Pidió varios presupuestos y, dado que ninguno de los licitantes ponía inconvenientes técnicos, se centró para la selección en dos variables: precio y plazo de ejecución. Resultó que el adjudicatario de la reforma, acuciado por la necesidad de conseguir la obra, fue un temerario y un irresponsable, sufriendo mi suegra las consecuencias. Las prisas y la falta de organización, condujeron a errores. Tomó mal las medidas del aluminio y tuvieron que rehacerlo; se equivocó en el modelo de puertas y armarios; llego a desavenencias con algunos de sus empleados, llegando alguno a dejarle a media obra... Ante el caos,