Imagen cortesía de Grant Cochrane. freedigitalphotos.net |
A través de este cuento, nos anima a superar el miedo a lo
desconocido. A observar las señales de nuestro entorno y encarar los cambios
aprovechando nuestras habilidades. Como era de esperar, hay valientes que se
adentran en el desconocido laberinto en busca de otros almacenes y cobardes que
se quedan esperando a que el queso brote de nuevo, ignorando la evidencia de su
fin. Pues bien, quería hacer mi interpretación sobre el liliputiense que se
queda, en el supuesto de que el queso sea una metáfora de su empleo. Es cierto
que al perder la costumbre de cambiar, se pierde la confianza en uno mismo pero
también puede que haya disfrutado del queso sin pensar que se pudiera acabar. Para
este liliputiense, la posibilidad de que brote de nuevo queso es superior a la
de encontrar un nuevo almacén donde le admitan.
Un detalle que el libro omite es que uno de los factores que
hace que ratones y liliputienses se asienten en un almacén es que, con el
tiempo, la cantidad de queso que reciben es mayor y más sabrosa. La mayoría nos
consideramos habilidosos en nuestro trabajo (o, al menos, tanto o más que nuestros
compañeros) y, por extensión, merecedores de nuestro salario. Ahora bien, al
poner nuestra habilidad en el mercado, tememos que la remuneración sea inferior
a la percibida en la actualidad. También nos jactamos de nuestro esfuerzo pero nos
aterra que, al ir a otra empresa, no seamos capaces de alcanzar los estándares
de producción esperados. El motivo es que la antigüedad implica un salario de
eficiencia, derivado del conocimiento de la empresa, que en la nueva ubicación
no existiría. De esta manera, en el cuento, los individuos valientes serían
aquellos que aprovecharon la antigüedad para acumular experiencia valiosa para
el mercado. El cobarde, aquel que solo acumuló años. En mi trayectoria he huido
de lugares donde el “queso” se acababa y conmigo huyeron otros pero no porque
fuéramos más valientes ni más listos sino porque teníamos más medios.
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