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lunes, 27 de febrero de 2017

De Conde a Zackelberg. La revolución estética.

Yo pertenezco a la época en que el ideal profesional en España era Mario Conde. Básicamente, se resumía en estudia, colócate y haz carrera hasta hacerte rico en tiempo récord. Esta admiración llevó a la copia en lo más sencillo, la estética, y así se empezaron surgir legiones de tipos con pelos engominados, gemelos y maletín de piel.

Aparte de en qué devino la trayectoria del señor Conde, este canon se mantuvo en el tiempo hasta que los nuevos ricos de moda dejaron de ser los gestores de fondos, brokers y especuladores varios, tomando el relevo los fundadores de empresas de base tecnolíogica. Personajes como Bill Gates o Steve jobs eran los prototipos de supermillonarios del nuevo siglo. Pero no encajaban para una revolución de élites que, como apunta Thomas Frank, solo adoran las revoluciones estéticas. Estos nuevos prohombres no había por donde cogerlos desde la perspectiva del 'look'. No era posible distinguir a simple vista al presidente de Microsoft de un taxista. Las siguientes generaciones tampoco lo ponían fácil. Los Page, Zackelberg, Kalanick y otros contemporáneos no tenían una estética aprovechable para exclusividad y esto es importante cuando se necesita para compensar todo lo demás.

A su estela nace el nuevo héroe: el fundador de start-up y simultáneamente, ya metidos en el siglo XXI, el movimiento hippster (¿por coincidencia?), que, esta vez sí, es un modelo útil para la élite. Aunque rompía con los moldes tradicionales de gente bien, daba juego para que la división de clase fuese visual.

Y empieza la transformación. Los engominados se convierten en pelos descuidados. El apurado perfecto evoluciona hacia una barba. La corbata pierde su posición predominante y los zapatos pasan a ser zapatillas. Los emuladores del amigo Conde se convierten en "carcas" y hay que adaptarse a todo correr pero no es tan fácil. Igual de incómodo que está un becario cuando se pone un traje por primera vez, lo está el cincuentón que se entalla una camisa o calza unas "tórtolas" en versión moderna. Ya no se trata de estrechar solapas, subir bajos, girar los bolsillos o cambiar de color el ojal. Se trata de ser joven. Hacerse rico a los 50, de acertar tras varios fracasos no "mola". Hay que acertar a la primera y que parezca que no ha costado mucho ya que, a la vez que montas tu startup millonaria, viajas, haces surf, yoga, tocas el "hang", corres, sin contar que participas activamente en 20 ONGs. Sinceramente, ¿nadie más se ha dado cuenta de lo ridículo que es todo esto?






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