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lunes, 28 de julio de 2014

La externalización individual no es externalización

Imagen cortesía de Stuart Miles.
www.freedigitalphotos.net
Solo las grandes empresas pueden permitirse grandes inversiones en tecnología, en especial, las relacionadas con tecnologías de la información. Tristemente, en España, estas empresas son pocas pero su necesidad ha sido tan grande que, desde el principio, la provisión de profesionales ha sido insuficiente para cubrirla. Por otra parte, estas empresas han optado por no incluir estos profesionales en sus plantillas, recurriendo ampliamente a la externalización  individual, es decir, contratando un servicio que coincide con una definición de un puesto en su organización.

La externalización individual tiene una serie de implicaciones que, a la larga, suponen un inconveniente para las empresas:
  • Las empresas proveedoras se convierten en distribuidores de una “commodity”. Su función es comercial y de selección pero no tecnológica.
  • Desvinculación del “consultor” de su empresa lo que implica frustración por falta de pertenencia.
  • Riesgo en caso de conflicto. Todos hemos visto protestas en sedes de clientes por problemas con las “consultoras”.
  • La ausencia de diferenciación fomenta acuerdos espurios entre empleados con capacidad para contratar y proveedores.
La solución está en la externalización propiamente dicha, donde el cliente contrata funciones, en base a acuerdos de nivel de servicio, o pliegos de prescripciones. De esta manera, las empresas proveedoras tendrían incentivos para optimizar sus procesos organizativos e innovar. ¿Por qué no ocurre así? Por el incentivo de las personas. Los contratos no tienen fidelidad ni miedo. Tampoco son aduladores y tienen el inconveniente de evidenciar los descuidos de los contratantes. Llevar a la práctica la teoría de agencia, donde el contrato define la relación, implica además que se pierda el concepto de jerarquía que tanto nos halaga. 

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